lunes, 12 de noviembre de 2007

Un regalo para mi hija

Hola Marcelo:
 
Si me animo a escribirte es porque luego de haber asistido a la charla presentando tu libro —invitada por Claudia Amengual, profesora de un taller que integro—, lo leí el sábado pasado cuando mi marido me “cedió la posta” al terminarlo adelantándome que me iba a gustar mucho.
 Luego  envié a Claudia un correo con los comentarios.  Como fuimos varios  del taller que lo leímos y que le hicimos comentarios elogiosos en clase, nos dió tu dirección de tu correo argumentando que te gustaría recibirlos.
 No es el primer libro que he leído sobre este tema. Recuerdo perfectamente el primero: “Las manos en el fuego”, de Ernesto González Bermejo, en el verano de 1986; todavía lo guardo. Incluso, uno que nos regaló  Mauricio (familiar de amigos nuestros, y cliente del estudio de mi esposo): “Las cartas que no llegaron”, no trata de esto pero dedica también, si mal no recuerdo, una parte a este tiempo del que nunca habla en reuniones, más bien lo evita. En una actitud, por lo que pude percibir en tu charla, muy diferente de la tuya, por mi parte, creo, más natural y hasta sana, me atrevería a decir.
 En cuanto al libro me asombró, por un lado, el enfoque, la apertura del relato liso y llano, como el de un triste y largo tiempo de vida así vidido pero no perdido, sino siempre buscando dentro de las limitadas posibilidades, de ganarlo al enemigo, con una firme y útil forma de resistencia.
 No soy psicóloga ni psiquiatra pero de “la mirada neutra” y alguna otra actitud asumida de abstracción ante la agresión y adversidad, me recordó lo que una vez me dijo una psiquiatra y me dí cuenta con el tiempo que era realmente cierto: “la ignorancia y la indiferencia son la peor forma de destrato de un ser humano hacia otro”. En cierta medida, con esas actitudes tu y tal vez  otros supieron destratarlos mucho más hábilmente de esa forma, que entrando en otras, inútilmente rebeldes. Claro,  era cuestión de diferente medida, de nivel intelectual, y eso también queda demostrado en tu libro: puede volverse un arma, una buena forma de defensa.
 Otra cosa, pienso que como a todo el mundo la capacidad que paulatinamente desarrollaron —por lo menos en tu caso (ojalá hayan sido varios)— de adaptarse a las circunstancias y encontrar, incluso, si cabe la palabra, formas de disfrutar lo que podían, creo que maximizándolo y haciendo lo inverso con la suma de maltratos y brutalidades recibidas a diario como moneda corriente de parte de todo el personal al que estaban sometidos, resulta asombrosa.
 El alegato recurriendo a Horacio Quiroga como base a la hora de declarar, me parece, fue una gran batalla ganada dentro de tanta injusticia, debe de haber tenido un enorme valor para tí, como el de haber aprobado el exámen conociendo un tema mejor que el profesor que lo está tomando y, además, queda en evidencia.
 Y por otro lado la forma de abordar los momentos amargos sin negaciones, sin evaciones, manejándolos como  duelos que no dan lugar a otra cosa que un espacio de asumirlos reconociendo lo sufrido, y hasta el recurso del lápiz y el papel es otra natural, humana y sana forma de sobrellevarlos y transitarlos, cuando la situación ya no permite otra alternativa. Como si te lo hubiera aconsejado un psicólogo (no de los de Libertad, claro): “Poner los sentimientos en palabras —ya sean dichas o escritas— hace que el dolor se vuelva más llevadero”. Vi morir a mi padre, estuve junto a él toda su última mañana y, sin que nadie me hubiera explicado esto, tuve la necesidad de escribirle inmediatamente después de su muerte mis sentimientos y muchas cosas que recordé de su presencia en la familia,  y guardar una carta que sabía nunca  leería y, sin embargo, tenerla es como uno de los recuerdos que más guardo de papá; entonces me acordé de esto también al llegar a este momento de tu libro.
 Y la alegría rotunda que transmite el final, llegado el momento de la liberación, deja una sentimiento de alivio y de que, así como lo sufrido, soportado y resistido va cargado en la mochila, valió la pena; para que así pudiéramos disfrutar tanto los que pudieron llegaran a ese momento como nosotros al de saberlos liberados. También la lectura completa a esa altura cobra una especial dimensión cuando a través de tu forma de relatarlo se recuerda y reviven esas instancias.
 Por último, me deja una sensación de  actitud desprendida de rencor o resentimiento, pero sí de especial interés, pasado el tiempo y con la posibilidad de ver las cosas con la calma o madurez —o perspectiva— aún más reflexiva, que eso permite querer dedicar un libro y el tiempo de escribirlo para que todo lo pasado en ese período no se pierda, al contrario, y tu granito de arena para que ello no ocurra quede expuesto cuando la memoria aún te permite (como dijiste) hacerlo sin omisiones.
 Me gratificó haberlo leído, me llegó como préstamo pero ya lo he comprarlo con el propósito de motivar nuestra hija —que no vivió esos años— a que se aproxime y pueda entenderlos desde un punto de vista que me parece, además, capaz de interesar a una adolescente sobre lo ocurrido más que como los fríos datos históricos. Que aunque nos parezca mentira,para ellos lo son.
 Estas cosas he pensado después de leerlo, y teniendo gracias a Claudia tu mail no quiero dejar de hacértelos llegar.
 Un abrazo
 Renée Domínguez Serres
 

No hay comentarios: