Querido Marcelo: No pude anoche dejar de leer tu libro hasta el final. Cuando recibí la invitación me la agendé con toda la intención de ir, pese a lo que me costaba, 21 años más tarde, acercarme a memorias de aquellos tiempos que me olían algo anacrónicas, siempre riesgosas. Te confieso que me daba cierta pereza esa evocación a esta altura de los acontecimientos.
Te confieso que no he leído demasiado de lo que se escribió sobre aquellos tiempos. Me impresionó vivamente Las manos en el fuego, pese a que expurga algunos temas, y tu libro me pareció, además de maravillosamente escrito, un reflejo muy fiel de muchas cosas vividas.
Anoche me llevaste muchos años atrás y disfruté y evoqué con cada línea. Pero no solo de esto quería hablarte. No se trata solamente del reflejo honesto de una etapa de nuestra historia sin facturas para el presente, sin una pizca de demagogia. Quedé deslumbrado literariamente. Y también convencido de que erraste el camino. No es el diseño gráfico, ni las redes, lo tuyo. Aprovechaste mucho más que yo (que lo hice) a Balzac, Faulkner, Joyce y Sthendal.
Por eso hoy, con sueño por el trasnoche, (…), con notas para entregar, no quiero dejar de devolverte algo a cambio de las maravillosas horas que ayer tuve con tu libro.
Un gran abrazo.
A.N.
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