Hola, Marcelo: inicio esta tarde de otoño, los preparativos para construir un largo y afectuoso puente a través de la distancia y geografía, (por motivos familiares vivo la mayor parte del año en Brasil) para cruzarlo a través de las palabras. Mucho me impresionó, tanto, que en muchos pasajes no pude contener las lágrimas, tu libro "El hombre numerado". Pienso que este hecho, tal vez no constituya para ti ninguna novedad, máxime si se tiene en cuenta todo el dolor ( y horror)que debiste sufrir en esos trece años de cautiverio, junto a tantos otros presos políticos. (…) A través de la conmovedora lectura de tu libro, donde por detrás de ese humor fino puedo detectar tu grandeza humana, tu honestidad y una entereza que a más de uno dará envidia, (de la sana y de la otra) adivino la tragedia diaria entre las húmedas y grises paredes de tu celda, la incesante lucha de ocupar la mente para no llegar a la locura y el gesto solidario de seres que en el dolor se agrandan, acercándose en actitud generosa a los demás. ¡Podría ennumerar tantos pasajes de ese libro! Pero recuerdo los momentos compartidos con las palomas, cuyos nombres eran de criaturas importantes, no solo en el mundo de la filosofía, sino en otras lides. Recuerdo también aquel momento en que te cambiaron de celda y, derribando tu propia incredulidad, Aristóteles descubrió donde estabas. Es como una alegoría: nada importa estar prisionero en un cubículo maloliente si tienes alas del otro lado de las rejas que te alientan a volar. Para suerte tuya y ahora la de tus incondicionales lectores, lograste sacar provecho de aquel infierno: ningún milico logró quebrar tu entereza, y esa es la más grande y generosa lección de vida que dejas para la posteridad.
Podría citarte las páginas donde narras el primer enchufe donde calentabas baldes y baldes de agua para el mate, el de cuando te sacaron para “casarte”, la escena del ortiba, ¡desgraciado!, y tantas otras en que volvemos a constatar, los que no estuvimos presos, que no existe castigo en este loco mundo, que haga pagar a los milicos torturadores y sus secuaces y a todos los mitriones de la tierra, su bestialidad inhumana y sus taras puestas de manifiesto en los más variados rictus del horror. Marcelo: han pasado ya varios años desde que saliste por el portón maldito de aquel penal llamado irónicamente Libertad. Habrás recibido muestras de cariño, amor, gratitud... yo qué sé. Pero cuando leí tu libro, pensé que como uruguaya y escritora, te debía algunas palabras afectuosas. Ellas no reflejan, aún así, todo lo que he sentido y siento, al haberte conocido a
través de tu libro. Recibe un hondo abrazo.
Soledad López
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